En Reino Unido andan las cosas revueltas. El desencadenante ha sido un informe científico publicado el pasado miércoles que ha caído como una revelación inaudita en la opinión pública británica e internacional.

A unos parece que les ha quitado de los ojos, cual mano divina, las escamas que les impedían ver la realidad. A otros les ha confirmado su preocupación.

Una preocupación menospreciada y reducida al calificativo de "transfóbica", como bien saben J.K. Rowling o Hillary Cass.

Antonio, un niño al que un juez de Ourense ha autorizado para cambiarse de sexo, envuelto junto a su madre en la bandera trans.

Antonio, un niño al que un juez de Ourense ha autorizado para cambiarse de sexo, envuelto junto a su madre en la bandera trans. Brais Lorenzo EFE

Apodado como el Informe Cass por la pediatra que lo ha llevado a cabo, la Revisión independiente de los servicios de identidad de género para niños y jóvenes fue encargado por el Servicio Nacional de Salud inglés (NHS) en otoño de 2020. Su objetivo era ofrecer recomendaciones sobre los servicios proporcionados por el sistema sanitario a niños y jóvenes que acudían a la consulta médica con dudas sobre su género.

Se trata del mayor examen a los servicios de identidad de género infantiles realizado hasta la fecha, a partir de unas evidencias (o mejor dicho una ausencia de ellas) que han propiciado que el país cambie el enfoque en el tratamiento brindado a los niños y adolescentes, además de prohibir el empleo de bloqueadores de pubertad a los menores de los 16 años.

"La realidad es que no disponemos de datos fiables sobre los resultados a largo plazo de las intervenciones para tratar el malestar relacionado con el género". Unas palabras escritas por Cass que han caído como una jarra de agua fría.

Y es que uno de los principales hallazgos del informe es precisamente la escasez de pruebas sólidas que respalden prácticas llevadas a cabo con miles de niños durante años. Como, por ejemplo, la administración de medicamentos de transición a menores de edad.

El punto más llamativo del informe es una propuesta que hasta ahora se consideraba prácticamente inadmisible, por no decir profundamente ofensiva: plantear un cambio fundamental en el enfoque médico de la disforia de género, haciendo hincapié en el abordaje, no sólo de la cuestión de género, sino también de otros problemas de salud mental.

No son precisamente irrelevantes las altas tasas de autismo y problemas mentales entre los menores que se identifican como transgénero.

[Un informe inglés advierte de una explosión de casos de niños trans: un 154% más en siete años]

En un primer momento, estas revelaciones pueden resultar impactantes, pero es imposible negar que los indicios han estado ahí todo este tiempo.

Hay otro punto que menciona Cass en el informe respecto al objetivo que debería seguir cualquier tratamiento: ayudar a los jóvenes a prosperar y cumplir sus objetivos vitales más amplios.

Cualquier adulto comprenderá que Cass no se refiere a los objetivos vitales que tienen los niños y adolescentes en ese preciso instante, sino a los que podrían tener en un futuro. Y lo comprenderá porque habrá comprobado que los anhelos y objetivos que uno tenía con 11, 13 o 16 años no se corresponden, en su mayoría, con los que tiene en la edad adulta.

Este proceso se llama madurar. Crecer. Desarrollar las capacidades cognitivas y sociales. Ejercer la libertad que da la experiencia.

En cambio, tomar las convicciones de un niño de 11 años y animarle en el empeño de llevar a cabo acciones irreversibles en su cuerpo es robar a ese niño el derecho a un futuro abierto. A que ese futuro pueda tomar el mayor número de derroteros posibles. A que ese futuro no quede condicionado por una decisión que se toma con 11, 13 o 16 años y que constreñirá el resto de su vida.

Hay realidades que sólo se entienden y se conocen y se quieren con la edad, y que sólo se pueden ejercer adecuadamente como adulto autónomo, ya sea la paternidad biológica, ya sea una relación sexual plena.

Tratar a los niños como adultos con plena autonomía de decisión y ejercicio es una de las consecuencias más llamativas y extrañas de todo este debate público (por no llamarlo dictadura ideológica) en el que llevamos años inmersos.

Una sociedad que roba a los niños y a los adolescentes un futuro abierto es una sociedad que fracasa, pero que, además, les falla estrepitosamente.