Hervé Le Tellier. Foto: Francesca Mantovani / Editions Gallimard

Hervé Le Tellier. Foto: Francesca Mantovani / Editions Gallimard

Letras

"Siempre he sabido que mi madre estaba loca": Hervé Le Tellier exhibe sus miserias familiares en su nuevo libro

El escritor francés, ganador del Premio Goncourt 2020, retrata a su madre de cuerpo entero, sin paños calientes, en 'Todas las familias felices'.

16 abril, 2024 02:12

"Siempre he sabido que mi madre estaba loca". Esta afirmación de Hervé Le Tellier (París, 1957), extraída de Todas las familias felices, llamaba la atención en la faja exterior de la primera edición francesa. Ya se anunciaba la historia de una madre desquiciada y una familia disfuncional. Y esa familia, nada feliz, por cierto, es la del propio autor. La narración autobiográfica fue publicada en 2017, tres años antes que La anomalía (Seix Barral), novela con la que el escritor se alzó con el Premio Goncourt.

Todas las familias felices

Hervé Le Teiller

Traducción de Pablo Martín Sánchez Seix Barral, 2024. 207 páginas. 19 €

Para entender el tono personal, que tanto se aparta de La anomalía, hay que saber que fue escrita con anterioridad y que Le Tellier ha tenido siempre suprema libertad para escribir libros diferentes unos de otros. De un thriller psicológico de ciencia ficción a un recuento cotidiano de infamias familiares, destaca su inmenso talento para tratar con el mismo pulso narrativo un reto novelístico de enorme envergadura y un relato biográfico íntimo con un fondo duro observado con mirada glacial.

Una locura materna “de tintes grotescos”; un padre biológico desaparecido de escena; un padrastro a quien no se ama, de origen aristocrático, que da su apellido Le Tellier al niño adoptado; una empresa familiar de plumas estilográficas que se va a pique por culpa de la aparición del bolígrafo Bic Cristal; una tía acomodada, hermana odiada por la madre, que tiene siempre en la nevera una botella de champán, porque le gusta “coger el puntillo”.

En suma, una familia incapaz de desenvolverse en el mundo de los afectos, una madre manipuladora y un niño ignorado que desea que sus padres mueran en un accidente de tráfico. Contrariedad del hijo de doce años cuando una llamada tardía no es de la policía, sino de la madre, para anunciar un retraso. La punzada de decepción le hace decir al narrador: “Fue entonces cuando supe que era un monstruo”.

Le Tellier, hasta el éxito de La anomalía, consagrada en el panteón Goncourt con más de un millón de ejemplares vendidos solo en Francia, era un autor de culto, reconocido pero minoritario de novela, relatos, poesía y obras dramáticas. Matemático de formación, lingüista, editor y crítico de France Culture y Le Monde, es un explorador de géneros, un experimentador literario con tintes humorísticos propios del grupo Oulipo, al que pertenece desde los años 90.

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Oulipo, taller de literatura potencial, fundado en los 60 por el matemático François Le Lionnais y el escritor Raymond Queneau, tuvo entre sus miembros a Georges Perec, Italo Calvino o Marcel Duchamp. Le Tellier ha sido editor en Castor Astral de autores como Raymond Queneau o Georges Perec, a quien dedicó una novela corta, La disparition de Perek (Baleine, 1997).

La incursión de Hervé Le Tellier en la "novela familiar" —no nos referimos al concepto freudiano, sino al género literario de largo recorrido— no es un ajuste de cuentas con su familia, sino una exploración que trata de extraer lo novelesco de un complejo entramado de seres unidos, y desunidos, por lazos familiares. Si recordamos el "familias, yo os odio" de André Gide en Los alimentos terrestres, los rencores de parentesco han alcanzado gran intensidad a lo largo de la historia literaria.

Marguerite Duras, o más recientemente Amélie Nothomb, Delphine de Vigan o Mercedes Deambrosis, en Francia, o Vivian Gornick, en el campo anglosajón, con sus Apegos feroces, han testimoniado las complicadas relaciones maternofiliales. Aquí es un hombre en primera persona quien pinta a su madre de cuerpo entero, sin paños calientes, ejecutando una disección a bisturí sin caer en el patetismo ni en el exhibicionismo.

La ruptura definitiva con una madre mentirosa y chantajista tuvo lugar cuando Le Tellier decide no ingresar en la prestigiosa Escuela Politécnica, el sueño de su madre para que el hijo triunfase "allí donde su padre había soñado entrar y donde su primer marido había fracasado". La fuga del hijo, dos días después de la mayoría de edad, para vivir fuera del hogar despertó las tempestades de una madre traicionada: "Mi madre se puso hecha una furia, daba miedo verla. Me tiró la ropa y los libros a la calle, rompió todas las fotos mías que tenía, me recortó en las que yo aparecía para hacerme desaparecer".

Le Tellier ha hecho con sus demonios particulares un relato único pero universal como lo es la buena literatura

Marceline, la madre de armas tomar, exprofesora del inglés, es capaz de entrar en un anfiteatro universitario y gritar a su hijo desde la última fila: "¡Pedazo de mamón!", ante la mirada atónita de doscientos estudiantes. Así relata el autor la escena demoledora, que durante años le hizo enrojecer hasta las orejas: "Yo me levanté, buscando librarme de ella, pero mi madre no paraba de insultarme, dirigiéndome palabras nauseabundas, casi incestuosas, como las que una querida despechada reserva para su joven amante, hasta el punto de que algunos de mis compañeros creyeron que se trataba de una ruptura amorosa”.

Si tenemos en cuenta que Le Tellier ha declarado a menudo que no le interesa la autoficción, son, pues, episodios verídicos reelaborados con una ironía devastadora, para quitar hierro a la realidad. La madre se alza en Todas las familias felices como ejecutora de las furias destructivas que caían sobre el joven narrador. El apocalipsis doméstico pinta al resto de los personajes orbitando en torno a Marceline con temor, rabia o perruna veneración, como la del padrastro. Cada capítulo analiza a uno de los parientes implicados en esta desintegrada saga familiar.

El triunfo de Le Tellier es tratar al mismo tiempo los detalles de la época, consiguiendo así una historia no sólo de puertas cerradas, sino sociológica y abierta a las realidades del momento, a través de numerosas referencias culturales.

En medio de una intimidad conflictiva, que pese a la sinceridad está relatada con cierto pudor literario, el escritor dedica un emocionante capítulo a "La muerte de Piette", aquella "chica bajita y flaca, de rasgos delicados" que fue su amor de los veinte años. En este retazo de la memoria del escritor la evocación se hace tierna y cálida, y si su mundo de infancia y juventud estaba desintegrado, el amor, aunque truncado, alivia el carácter pesadillesco de las relaciones familiares.

El último capítulo se inicia con la conocida cita de Tolstói: "Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo". Lo cierto es que lejos de la condescendencia o el rencor, Hervé Le Tellier ha hecho con sus demonios particulares, con su historia familiar diferente, o parecida a otras, un relato único, pero en cierto modo vigente y universal como lo son las buenas obras literarias.